Exhibición Vive a lo Boricua 2022

 
 

Vive a lo boricua: Garvin Sierra en el filo del ingenio


Carlos Vázquez Cruz

Universidad de Puerto Rico—Mayagüez



Hay infinitos modos de contar la nación, y el artista que nos ocupa la narra visualmente, partiendo de la materialidad que la define, y la problematiza o la confronta. Sin embargo, desde el título, esta exposición nos exhorta a experienciar las peculiaridades del acontecer puertorriqueño. Aquí, “Vivir a lo boricua” significa transitar por la historia moderna y contemporánea del país (1952-2022), repleta de las grietas, los escollos, las inconsistencias y los atolladeros característicos de una cotidianidad que, para colmo, hemos normalizado. Entre las formas posibles de relatar la patria, se encuentran la lineal (cronológica), in medias res (desde dentro de la trama) y aquella que, desde el final, rebobina el cuento tornándolo en una gran retrospección. Por ende, emulo la mano libre del creador y reorganizo las piezas en aras de ELAborar una manera alterna de leerlas.

Sin quererlo, No entre (2022) evoca los Cuentos para fomentar el turismo de Emilio S. Belaval (1946), sólo que –en el caso de este último– el título convoca a la audiencia mientras que el contenido provoca su escapatoria. Sierra, por otro lado, al superponer parte de un rótulo del aeropuerto sobre el que nombra la obra, ordena: “No entre. Váyase”. Aun así, paradójica y obviamente, lo incluye en la exhibición para ser visto, acto que invita a transgredir: “Entrar a nuestro propio riesgo”. Una vez dentro, “vivir a lo boricua” no deviene en opción, sino en supervivencia.

Los símbolos alusivos a la identidad borincana se condensan en Azul FEMA (2017) y Soy de una raza pura (2020). Aun cuando, en materia de confección, la bandera original de Puerto Rico (1895) antecede a la Constitución (1952), comienzo por la segunda, debido a su sincretismo apabullante. Se muestra una habitación en que la Constitución –recién nacida o infantilizada, y en inglés– duerme en un colchón cubierto con la bandera estadounidense. Entre otros artículos, decoran el cuarto un móvil armado con utensilios de cocina, una impresión digital basada en el cuadro Las hijas del gobernador don Ramón de Castro (Campeche, 1797), ataviadas con la bandera estadounidense –tras de sí, un fondo de montañas nevadas– y un envase con solución seattle, utilizada para tratar a las víctimas de gases lacrimógenos. El bombardeo de referentes distintivos del Tío Sam devela el Día de la Constitución de la colonia (25 de julio) como versión local del Día de la Independencia de los Estados Unidos (4 de julio). Así como el contacto entre culturas interviene la canción homónima (escrita por el puertorriqueño David Ortiz y musicalizada por el argentino Tony Croatto), la obra de Sierra va más allá al remitirse a la dinámica imperial: el texto impreso en inglés para un pueblo de habla hispana; la imposibilidad de que los ciudadanos abran, accedan y comprendan la ley fundamental de su isla; la imposición de la estética estadounidense sobre el cuerpo colonizado, los artefactos gastronómicos del pueblo que sirven de divertimento a la bebé, y el líquido con el que se combatirán las lágrimas –aquellas que costó dicha Constitución o las que producirá en el futuro–. Por ello, esta obra compendia la discusión fundacional del Puerto Rico moderno, puesto que –junto a la tragedia– presagia la esperanza. Si las hijas de Ramón de Castro murieron al poco tiempo de haberse pintado el retrato, es posible que el mal engendrado y latente en esa criatura durmiente en la cuna tampoco sea eterno.

Azul FEMA (2017) no sólo revive el debate sobre cuál azul es el correcto para nuestra bandera: ¿el celeste (1895), el marino (1952) o el propuesto por Sierra? Si el primero se vincula a la hermandad entre la Revolución cubana y la libertad procurada por los nacionalistas para Borinquen y el segundo emerge de la lucha separatista, esta pieza evidencia el fracaso de aquello inaugurado por la Constitución. El cielo en donde reina la estrella borincana es el firmamento del abandono al que nos han sumido el Estado redentor que presuntamente advendría con el dominio ‘americano’ y los mandatarios de turno que lo perpetúan, cuya incapacidad para responder ante el infortunio no solamente costó miles de vidas –directa e indirectamente asociadas al huracán María–, sino también desahucios y exilios: un Puerto Rico vaciándose de puertorriqueños.

Garvin Sierra retrata a los líderes gubernamentales, sobre todo en Fraternos (2022) y en ¡Y ya abren las compuertas y están en carrera…! (2021). La primera consiste en serigrafías de las insignias políticas alusivas a los partidos mayoritarios impresas sobre las paletas de madera usadas por algunas fraternidades para infligir castigo a sus miembros y con un detalle de cuero en el mango. La obra siguiente retoma la alusión a tales gremios, valiéndose más del color que los representa (azul para el Partido Nuevo Progresista y rojo para el Partido Popular Democrático). En ella, un par de caballos –extraídos de una máquina de monedas o de un minicarrusel–, cargando hiperbólicamente tanto dinero que se les cae en el trayecto, aparenta competir, pero el complemento entre ambos resulta alucinante. Aunque se cantan opuestos, poseen un modus operandi idéntico: castigan a sus hermanos, a la vez que les roban y los sumen en la miseria. Agraciadamente, el tiempo se impone como elemento igualador de la condición humana. Las paletas prevalecen; no así las manos que las empuñan. Y, cual acto de justicia poética, la gente ha atestiguado a los fraternos en el espectáculo mediático de vituperarse entre sí cuando ya no los ampara el poder. Más aún, quienes han hecho de robar su carrera corren con el erario hacia algún lugar y, simultáneamente, hacia ninguna parte. He ahí el filo del ingenio en Sierra: fosilizarlos en una posición, en la ilusión por avanzar que los conserva en el mismo sitio adonde los alcanzará la justicia, sea del Sistema o a manos del Pueblo.

El mal de los funcionarios públicos, como se espera, infecta a las instituciones que rigen, llámense Departamento de Educación, Autoridad de Energía Eléctrica o Autoridad de Carreteras y, para muestra, tres botones. Una base y una tapa de madera con asidero de metal, a cuyo alrededor se afincan lápices como barrotes, hacen de Jaula (2021) la metáfora ideal de nuestro sistema instruccional, máxime si recordamos la censura de textos literarios acaecida durante la administración del exgobernador Luis G. Fortuño Burset en 2009 y los debates que aún permean sobre la educación con perspectiva de género. En esta obra, tan cuadrada, la diversidad no es riesgosa. Se constata en la tipografía, en la presencia o ausencia de comillas, en el tono de amarillo o en el número indicador de la intensidad del lápiz. Sin embargo, todos rezan “Estados Libre Asociado de Puerto Rico” (ELA) como mantra nacional que hipnotiza las aulas. Desde la escuela, nace el apego romántico a una patria que obliga a dar lo mejor de cada cual a expensas de su imperante cultura del maltrato.

La silla ELÁctrica (2022) se ata íntimamente a las campañas de modernización, así como a la semiprivatización de otros servicios. El título fusiona el elemento empleado para ejercer la pena capital y el nombre oficial de Puerto Rico, exhibido en el casco. La alteración de “eléctrica” nos retrotrae a la Autoridad de Energía Eléctrica, creada en 1979 –mediante la Ley Núm. 57–, pero cuyos inicios se remontan a 1915. Dichos aspectos conectan con gran parte de lo expresado anteriormente, pues la negligencia crasa que padeció la infraestructura eléctrica de la isla la llevó a colapsar durante el embate del huracán María y su secuela de estragos aún continúa.

Bajo la pretensión de subsanar la responsabilidad gubernamental sobre la provisión del servicio energético del país, aparece LUMA Energy, compañía inundada de conflictos que abarcan la contratación misma, los pagos onerosos de vivienda otorgados a sus directivos, la potencial violación a la ley que rige la ingeniería y su capacidad para efectuar la labor asumida. En el ínterin, sus empresarios se topan con la realidad y aflora su impotencia. De ahí, Garvin Sierra publica por las redes sociales la impresión digital LUMA (2021), que levanta roncha e histeria –entre todas las fechas posibles– para la época de Acción de Gracias. El humor hace al artista imaginar el panorama en que la compañía citada no sólo le impone al pueblo el período de una hora para asar un pavo, sino que le indica cuál, según la zona. El cúmulo de sucesos que se detona como consecuencia de la proliferación del meme –la difusión en prensa (escrita, radial y televisiva), al igual que la declaración pública de la entidad desmintiendo la información– manifiesta el poder del arte. Hoy, ante el umbral de una temporada de huracanes, LUMA asegura el óptimo funcionamiento de las centrales termoeléctricas y afirma que todo marcha sobre ruedas.

Pero el Mapa para el desarrollo de carreteras (2022) rechaza tal aseveración al denunciar toda una economía sustentada por los automóviles: desde la construcción desmedida y, muchas veces, innecesaria, hasta el innegable deterioro en que se hallan innúmeras vías… ello sin echar a un lado los peajes –tanto los aumentos como la crisis que los acaparó cuando piratas cibernéticos secuestraron el sistema de cobro–. En la claustrofobia comunitaria de una isla, cuya geografía dificulta la salida, la mejor manera de vender autos radica en dañar los existentes. De ese modo, cuanto concierne a la vialidad redundará en contrataciones de compañías desarrolladoras, aumentos en combustible, el progreso de concesionarios automotrices e impuestos, entre otros trámites. Las únicas rutas posibles se graban de este a oeste –y viceversa– en el camino de las llantas. Lamentablemente, cuando vivimos a lo boricua, nos acostumbramos a los accidentes.

Según Garvin Sierra, las rutas trazadas por la patria plantean dos posibilidades: la locura o la muerte. La primera sería nuestra, pero la última implica el fallecer de “los fraternos” y la liberación de sus cautivos. La Camisa de fuerza (2022) se ha confeccionado con una guayabera blanca, metal y cuero en las correas y la bandera de Puerto Rico, para engancharla: enseña patriótica que nos ahoga o ahorca. La prenda, antes característica de los hacendados, se presume como one-size-fits-all porque así vivimos: bien vestidos, pulcros, abotonados e inmovilizados –con los cinchos asegurados–. Ojalá, como un espejo, esta pieza de vestir nos devuelva la cordura, cuestión que aparezca la primera o el primero que, como Houdini, se libere de ella.

La magia y el escapismo nos dirigen finalmente a Abracadabra (2020), obra en que un ataúd de madera y soga encierra el vídeo que reproduce ad nauseam los rostros caricaturescos de políticos del patio. Todos Nos observan o hacen muecas tras una reja mohosa de aquellas colocadas hace décadas en urbanizaciones a nivel isla. Los machetes insertados en el féretro –también enmohecidos– lo tornan en la caja de espadas típica de los actos de magia en que el/la voluntario/a del público, una vez entra, espera salir con vida. En plena conclusión, el artista todavía apela a la memoria colectiva. Retoma las luchas macheteras, oxidadas y todavía ahí, rematando un ser que, en vez de morir, cambia de imagen para perpetuarse. Se desconoce si la caja aprisiona un mal vencido, herido por los mochos y que conviene no liberar o si Sierra hace un llamado a aniquilar a machetazo limpio a los sepulcros blanqueados, hermosos por fuera y llenos de huesos de muertos y podredumbre, “como” Jesucristo llamó a los fariseos. Por eso, nada mejor que culminar este viaje con un cadáver en la tumba: versión consumada del niño en la cuna.

A través de Vive a lo boricua, Garvin Sierra camina con un pie detrás del otro, balanceándose por el filo del ingenio. Nos cuenta en cantos la historia moderna y contemporánea de una isla en cantos: la contradicción entre entrar o irse; el espacio para dormir que pretende despertarnos del asimilismo; una bandera que ondula desamparo; las paletas cuyo azote recibimos y renovamos cada cuatrienio; los caballos que –a la usanza del Viejo Oeste– secuestran nuestro botín; las instituciones que restringen nuestro pensamiento, nos ciñen al oscurantismo –literal y simbólico– y nos transportan –chillando goma– por la ruta circular de una claustrofobia que ronda entre la demencia y la muerte.

¿Cómo es posible seguir viviendo a lo boricua cuando hacerlo supone contemplar la condición actual de los puertorriqueños escurriendo vergüenza por todas partes?