exhibición: En capilla ardiente 2016

En capilla ardiente: Obra reciente de Garvin Sierra

Por Rubén Alejandro Moreira


Ante una coyuntura histórica difícil para el país, con una Junta de Control Fiscal impuesta por los foros federales, y que deja amarradas las manos de los puertorriqueños por inanición de la extrema situación colonial, y por otra parte, una universidad al borde del precipicio por los recortes desproporcionados que se le han exigido, ¿qué arte se puede crear? ¿Podemos tomarnos el lujo de la reflexión artística, o acaso es justamente a través de ella que podremos clarificar la complejidad del contrapunto ominoso que confrontamos?

La obra de Garvin Sierra se inscribe en una postmodernidad plena, con un acercamiento plástico heterogéneo, en el que tanto el grabado tradicional como el collage y la imagen digital, tanto la escultura de taller como el objeto encontrado e incorporado como ready made, la yuxtaposición en ciertas ocasiones de luces o máquinas, material industrial implícito o explícito, construyen un pastiche indomable o un pop político asumido con la crítica de lo conceptual. Es decir, la crisis tiene que pasar por un proceso de filtración intelectual, no exenta de humor –casi negro, a ratos-, pero iluminador, porque pone en perspectiva los peligros reales y a veces inadvertidos para muchos. Lo estamos viviendo, y anticipamos que se complicarán en un futuro bastante inmediato. De modo, que calibrar los alcances de la situación puertorriqueña, no sólo es posible con estas obras de Sierra expuestas en Espacio Minerva bajo el título de En capilla ardiente, sino es necesario y fundamental. 

El artista asume la construcción de varias series con una materialidad previamente hecha. En algunos casos, con billetes; en otros, con libros o mapas. Se trata de un vestigio que le sirve para simbolizar una nueva realidad, cuestionando la actual. Sierra continúa una saga acerca de los fracasos de un país carente de gestión propia. Así lo dejó constar en muestras anteriores como Que Dios te lo pague (2007) y en el 2015, Y líbranos del Malamén, después de Falsos positivos (2016). Ahora, aparentemente, la metáfora se nos torna más escabrosa. Ironiza con aquel que espera que le caigan las soluciones como maná del cielo. Proyecta sobre otro la responsabilidad: ¿Dios, el poder, el imperio yanqui? Pues nos disponemos a entrar a la funeraria como efecto de eso otro. Se hace obvio que cabe preguntarnos con toda la sorna sórdida posible, si somos el que le lleva las flores al muerto o si somos el muerto al que le llevan las flores. Sin embargo, Sierra nos invita a una especie de resurrección, a una lucha que sobrevive gracias a la conciencia. Pero sólo mediante ella, podremos recuperarnos.

I- Big Business

Detrás de todo el canibalismo de la situación actual puertorriqueña, y que puede sumergirnos como ha ocurrido en Grecia o en Argentina, el capitalismo deglute dólares intentando saquear y sacarle partido a lo que le pertenece al pueblo. Sierra utiliza como base de una de las series aquí expuestas, billetes cortados y pegados, que forran formas reconocibles, suscitando metáforas de un humor que duele por ser víctimas de la concreción que estas representan. Algunas de estas formas pueden ser imágenes patrias como el cordero de nuestro escudo, la silueta de nuestro mapa, la estrella que asociamos con la bandera, un santo de palo. La invasividad del forraje implica algo foráneo, por una parte, y por la otra, la incapacidad de proyectar al exterior, nuestro verdadero sentir. Funciona como una especie de carimbo, de marca maldita que tenemos que cargar.

Una estrella forrada de dólares y titulada Verde luz, tuerce las expectativas morales y poéticas de la canción de Antonio Cabán Vale (El Topo), y la inclina hacia lo que aparenta ser el derrotero implícito en las decisiones de los puertorriqueños: el lucro o el pancismo a toda costa. A contrapunto, Verde que te quiero verde, condena la compra-venta de recursos naturales que jamás han debido ser vendidos, porque los intereses económicos no reparan en el peligro de su destrucción y porque hay tesoros naturales de una nación que no se pueden poner en riesgo. Santa PROMESA, por su parte, dispone la figura de una imagen artesanal de madera inconclusa, con un fondo repleto de billetes y siete espuelas de gallo. La alegoría, por la cantidad de los miembros de la Junta de Control Fiscal, es clara. No obstante, el cúmulo de piezas con billetes no apunta solamente al dominio imperialista estadounidense, sino a la complicidad del colonizado puertorriqueño. ¿Qué corta un machete forrado de dólares? ¿A quién sirve? ¿Por qué el cordero de nuestro escudo está maculado de dólares también? ¿Será por su falta de valor y su incapacidad para indignarse? Una pieza que no pertenece a esta serie, contesta la pregunta adecuadamente. Se titula White Rose. Alude a un grupo intelectual antinazi, que por vías de resistencia pacífica buscaban subvertir la violencia generada por el régimen de Hitler. Y pregunto, si alguien vitupera los encapuchados de las luchas nuestras actuales, ¿no son del bando nazi, abusador, fascista, entonces?

Estas obras con billetes cortados y reterritorializados, tienen un curioso antecedente en una pieza de Sierra titulada Sello de goma. Se trató de una pieza de cariz conceptual en la que se estampaba una estrella sobre un dólar. En su interior leía No a la Junta. Llegaron a circular en la calle unos $500 en billetes de uno. 

El artista parece interrogarnos sobre nuestras prioridades. Hemos querido pensar que nuestra cercanía con Estados Unidos nos llevaría a nadar en los billetes, sin embargo, es justamente la carencia de ellos, lo que ahora se magnifica por la piratería y corrupción envuelta en los procesos de nuestro gobierno satélite. La lectura de estas piezas es múltiple. Unas y otras, reparan en los procesos que nos han llevado a este periodo de incertidumbre en el que vivimos. Muchos puertorriqueños piensan todavía, con la mente de la Guerra Fría, que somos muy pobres. Si ese fuera el caso, ¿por qué hay tanto buitre devorando la presa? Tal parece que Puerto Rico… es negocio redondo.

II- La letra con sangre entra

Otra de las series de Garvin Sierra que llama la atención es la que utiliza libros viejos, a veces, cortados y recompuestos, como base para una nueva construcción o configuración. Son collages, unos más planos, otros de gran vigor tridimensional, en los cuales tanto la letra como el color tienden a crear abstracciones. ¿Pero cuánto de los referentes ya inherentes al libro se interrogan en estas nuevas formulaciones? 

El título Aprendamos a leer, de uno de los collages recientes, remite a una gráfica digital del mismo título, realizada en 1999. En la gráfica se altera un texto del español al inglés, mientras que una niña parece estar confinada a una casita de por vida. Es una especie de patriarcalismo en esteroides mezclado con el servilismo de un colonizado que le traduce al imperio las peticiones que no puede gestionar por sí mismo, como las de un niño. Buena parte de los collages expuestos ahora, utiliza como fuente de construcción, libros escolares de los sesenta y setenta. El título de ambas piezas puede muy bien servir de lema, pues implica la necesidad de discernir entre lo que puede ser fructífero para una persona o país, y lo que no.

Cuando Sierra se expresa sobre estos libros, utiliza el calificativo “decomisados” para referirse a ellos. Las implicaciones son diversas. Con el advenimiento de la computadora y con las bases de datos ya implícitas en servidores como Google, o en servicios como Wikipedia, las enciclopedias o ciertos libros de referencia que se tenían en los hogares, de repente pueden ser vistos como obsoletos. Pero las interrogantes suscitadas por las obras de Sierra van más allá. ¿Cuándo caduca un libro y por qué? ¿Cómo se transfiere ese cúmulo de conocimiento en la nueva circunstancia? Pero… en nuestro caso insular y colonial tal parece que es más complejo el asunto. 

Los libros que ayer nos “educaban”, hoy pueden ser vistos como clasistas, machistas, fieles a un orden en el cual nosotros no tenemos la última palabra, sino que es otro –el estado, la iglesia, el colonizador- el que toma las decisiones por nosotros. Aquel Pepín de los libros de español que quería ser astronauta mientras Rosa estaba confinada a las labores del hogar implica un modo viejo de asumir el conocimiento. Situaciones cotidianas en las que las diferencias de clase no se discutían, y mucho menos, se resolvían, pues justamente, se trataba de mantener el sistema prevaleciente, como si la vida no pudiera ser mejorada. El artista parece indagar en nosotros: cuando se rebana un libro, ¿implica resumir, o ese resumir del cual hablamos es justamente acabar… o más cabalmente, morir? ¿Cuántos libros fueron sustituidos por resúmenes? ¿No es esa educación vulgarmente resumida la que nos ha llevado al desastre de realidad que vivimos? ¿No ha fomentado acaso una falta de disposición para la vitalidad y complejidad de las cosas? En muchos países se habla de la censura y de que mutilar el libro es silenciar. ¿Aquí es lo mismo? ¿O acaso esos libros no eran justamente la censura de algo que quedaba fuera de ellos, algo llamado, digamos, libertad? Entonces, ese guillotinar libros que reflejan formas anquilosadas de pensar, ese reformar y configurarlos de manera novedosa y distinta, ¿no es justamente la metáfora de una posible reconstrucción, de un extirpar una visión obsoleta y limitada? Efectivamente, es un lanzarnos a la vastedad del universo.

III- El lugar donde te encuentras

Los mapas suelen ser guías, pese a la falsificación de la realidad por las escalas ilusorias, pese a las mentiras de las inflaciones de tamaño que suelen plasmarse por los países primermundistas en su afán de proyectar superioridad. Por otra parte, nosotros, seguimos repitiendo data vieja o conocimiento superado. Las medidas de Puerto Rico, por ejemplo, no son de 100 x 35 millas, sino 111 por casi 39. Lo sabemos hoy por imágenes satelitales. Pero no sólo es data vieja, sino que se nos sigue plasmando de forma diminuta en los mapas convencionales, no obstante, nuestro tamaño implicaría dos terceras partes del ancho de la porción más estrecha de la bota italiana. Se nos ha dicho hasta la saciedad que somos un país muy pequeño. De ahí, la necesidad de no hacernos falsas representaciones, y de tener claro el imperativo de cuestionar tanto el camino como la imagen del camino. Las imágenes implican juegos de poder.

La yuxtaposición de un mapa, un texto escrito y pupitres en un pedestal anclado en una pared, podría ser una broma al medio de la pintura, pero Sierra continúa con su cuestionamiento riguroso a la educación. ¿Qué papel juega ésta en el ubicarnos en el resto del planeta? Hay puertorriqueños competentes en casi todos los campos del saber. Entonces, ¿qué es lo que falta para anclarnos adecuadamente en el mapamundi? 

Dos obras de esta serie destruyen perspectivas anticuadas, reinventando el planeta y nuestra posición en él. La charca es una imagen de la silueta de Puerto Rico como si fuera todo agua, en medio de un planeta que es un continente íntegro, nosotros perdidos en una especie de Pangea o Rodinia. ¿Cómo vemos a nuestra isla frente a países que están en un continente? De nuevo, ¿grande es mejor? ¿Qué recursos naturales buscan los países poderosos? ¿Cómo nos mantenernos vivos frente a este asedio? 

La otra pieza se titula A la deriva. Y es justamente contraria a la anterior. Puerto Rico es una isla terrenal, pero flotando en un mundo totalmente marítimo, no hay más países. El sentido de soledad es absoluto. Parece acusar una enfermedad mental frecuente en el boricua. Nos creemos que la isla es el planeta entero, que no hay factores fuera de nosotros. Eso es pernicioso hasta para mirarnos y definirnos adecuadamente. Si no nos insertamos en las corrientes mundiales, jamás formaremos parte del consorcio de naciones. Nos ahogaremos en altamar. Sierra acusa no sólo a un desconocimiento rampante, sino a una falta de balance en la toma de decisiones, quizás porque el que hace los mapas es otro. Es obvio que necesitamos ser… los cartógrafos de nuestro propio destino.

IV- ¿Flores para el difunto o no saltes a la última página de la novela?

Arreglos florales parece ser el anticipo de distintas muertes cotidianas en el país, la corona ofrendada a lo irremediable. Pero como decimos, son muchas muertes. La muerte de Superman, que apunta al problema del racismo; un quilt de faldas de escuela, que acusa la falta de perspectiva de género en la política educativa; los chupones de inodoro en las bocas de Ricardo Roselló, Thomas Rivera Schatz y Johnny Méndez en la obra titulada Los tres chiflados; el delicioso juego de uso femenino titulado O’neill, en el cual se dispone la imagen del rostro del alcalde acusado, con un cuerpo masculino desnudo y pixelazo, y con dos peras de boxeo en el área donde debe estar la genitalia. Las mujeres pueden atacar las peras a gusto. Como vemos, los recursos de Sierra es muy atinado. Sus collages, sus ensamblajes, su visión conceptual debajo de toda una materialidad industrial, proveniente de un mundo comercial altamente interrogado en esta muestra.

Como decimos, son muchas las muertes. Una de las más vistosas –y son bastantes en el inventario elocuente de Sierra- es Intermezzo: La nave al garete. Un conglomerado de objetos obsoletos forman una nave alucinante. Una bañera montada en ruedas de tren. Una bandera de Puerto Rico desvaída sirve de vela, mientras cáncamos de caña cierran el camarote de la quijotesca embarcación. Es soplada por un abanico eléctrico mohoso. Un remo largo y uno corto. (Para subir al cielo, se necesita, una escalera grande y otra chiquita, decía la canción.) Lo único certero para esta empecinada nave es la dirección. La pared de enfrente en la cual se encuentra la bandera estadounidense iluminada por estrellitas psicodélicas. Tan cerca… y tan lejos. ¿Querrán que vayamos en esa dirección después de 119 años de usarnos como bala de cañón, como ratas de laboratorio?

Pero quizás no todo esté perdido. La dirección, en cambio, parece ser otra. Garvin Sierra lo propone con Caballito de Troya, una escultura lúdica en la que un caballo de madera se une a una caja de detonación. Por otra parte, la serie de las máscaras, aluden a los encapuchados que han luchado por defender una universidad en asedio, igual que la posibilidad de un país presto a sucumbir. Tienen filtros contra gases lacrimógenos. Como sabemos, recientemente, se adoptó una ley para impedir cualquier cosa que tape el rostro. Estos encapuchados son símbolo de un desafío contra el terrorismo de estado. Una de éstas, tiene una estrella blanca que alude a la estrella de nuestra bandera. Como habíamos señalado antes, otra de las obras, White Rose, una imagen digital de una estrella hecha de margaritas blancas, aludía a un grupo de resistencia antinazi hecha por estudiantes y profesores. Por analogía, Sierra subraya el carácter de urgencia de la lucha actual, pues estas ofrendas parece que se hacen en la funeraria, casi a punto de morir todos. Sin embargo, es esta llamada de alerta, la que puede salvar muchas vidas. Cada quien que decida, si ponerse las máscaras protectoras contra gases lacrimógenos o todavía contra algo más tóxico, o si respirarán inocentemente el veneno, que el estado por el cual votaron, le permite respirar. Bienaventurados los desconfiados, porque de ellos será el reino de la tierra. Malaventurados los inocentes, porque de ellos será el reino de los cielos…